Con la edad, no ha cambiado mi locura de amar, amo de forma
estridente y continua. Ya sea mi amor por mis hijos, mis padres, mis hermanos,
mis amigas y amigos… sí, también mi amor por un hombre, porque dejé de amar a
dragones o magos desde hace años, sobre todo por su capacidad de desaparecer.
Lo que sí ha cambiado es la forma de llegar a él, hoy es a
forma de tesoro, ya no me enamoro tan fácilmente como antes, ni siquiera yo sé
el camino que lleva a mis besos y de pronto me sorprendo cuando alguien
encuentra esa verede.
Fue hace poco que un hombre encontró ese sendero, nunca lo
vi en persona, nunca nos tocamos, sólo hablamos. Cómo cuando me enamoré de
aquel que escribía cuentos a medias conmigo.
Hablamos al sol, entre risas y ensueños que entibiaban mi
corazón y sentía esa dulzura olvidada. De pronto él encontró el camino, habló
de ese “ser” que me da vida y extraño tanto, el mar. Soñamos con vernos,
escapar de las montañas y reunirnos en el mar, por un instante sentí las olas
en mi cuerpo, ese olor marino indiscutible. Así él encontró el camino a mis
besos.
Y pasó lo que siempre pasa, desapareció. Descubrí tarde que
era un hado de los antiguos y conocía mi secreto; me quitó la armadura y
reapareció el esplendor de mi magia y me volví tan vulnerable como desquiciada.
Extrañé durante días la voz que oí durante unos minutos. Intenté invocarlo mil
veces y no regresó. Robó mi luz escondida y desapareció asustado por mi
brillo, por la enormidad de mi deseo.
Al descubrir esa senda lo he borrado, no quiero que me vuelva a desnudar, el mar es uno de mis puntos débiles. Algún día mostraré el
mapa de mis besos a quien quiera usarlo para ser feliz y no le tema a mi
enormidad, porque soy enorme, de cuerpo y de luz.
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