-No sé chica-. Dice Maribel a Verónica mientras caminan y continúa.
- ¿Con cuántos hombres he jugado virtualmente? ¿diez, veinte? No lo sé, perdí
la cuenta, pero no comprendo ¿por qué éste me descontrola?
Verónica se encoje de hombros y pierde la mirada en el
paisaje, la voz de Maribel se hace cada vez más lejana mientras el olor de la
tierra húmeda le trae la imagen de Mario y siente en su cintura sus manos
fuertes. Respira hondo.
Maribel continúa hablando sin esperar respuesta. - Nunca he
tenido muchas luces para estas cosas, me dejo llevar, es como si tuviera una malformación
mental que me hace recoger migajas de cariño-
-No seas tan dura contigo-. Sentencia Verónica regresando de su recuerdo. Siguen caminando por el sendero rodeado de viñas y flores, envuelto por ese aroma a lluvia que hace que Verónica regrese a sus recuerdos en la paridera.
Aquel día llovía a cántaros y la
pilló la lluvia en medio del campo refugiándose en una paridera medio
abandonada, pero con techo. Estaba helada y mojada por la lluvia. En ese
momento entró Mario.
- ¿Qué haces aquí? - Preguntó él un
tanto molesto.
- Mirando el paisaje, no te jode-.
Respondió ella de manera irónica. Mario agachó la cabeza “disculpa, es que se
pinchó una rueda del tractor.
- Pos vaya-. Dijo ella, saca su
móvil del bolsillo y se pone pálida “no puede ser”, mencionó “¡no tengo
batería!”. Mario hizo una mueca y respondió: Pues el mío se me quedó en el
tractor.
Maribel continúa con su narración ignorando el silencio de
Verónica.- Me enamoré Vero, pero me he transformado en una psicópata, le
escribo y le escribo hasta que me responde alguna cosa, y si me responde parece
que me animo ya hasta le manda fotos. Se forma un nuevo silencio. Verónica
comprende que debe responder ”Pues no le escribas”.
-Vale, pero dime cómo. Estoy obsesionada-.
Declara desesperada Maribel.
- ¿Has pensado que es sólo que con lo de la
pandemia estás muy sola?
Maribel la mira sorprendida. – Chica es lo que te he dicho,
¿No me estabas escuchando? -. Verónica sonríe disimuladamente “claro que te
escucho, pero no sé, esto de las relaciones on line me parecen raras”. La brisa trae otra vez el olor a tierra
mojada y las palabras de Maribel vuelven a desaparecer con el sonido de las
hojas.
- Voy a hacer un poco de fuego para secarnos
un poco-. Dice Mario mientras coge unos palos del rincón. Verónica le mira,
siempre le ha mirado por el pueblo, sus espaldas anchas y sus manos fuertes
siempre le han atraído, cuando Mario se saca la chaqueta y el jersey, se queda
en camiseta; sin querer lo mira atenta, siguiendo cada uno de sus movimientos y
contoneos.
Mario comienza a sentirse observado,
disimuladamente mira el pelo húmedo de Verónica, esa mujer que ve barriendo la
acera cada vez que sale por la mañana, sabe que es la mujer de Manu” pero nunca
ha conversado con ella, pero cuando se encuentra con ella por el camino le
llama la atención esa mirada combinada de nostalgia y picardía. Continúa
encendiendo la hoguera mientras la lluvia sin tregua. El hombre se voltea
sobresaltando a Verónica que creyó había sido sorprendida. “Quítate esa
chaqueta, que te enfriaras” le dice y ella se la quita obediente.
De pronto la cabeza de Verónica vuelva al sendero y su paseo
con Maribel, ella también está en silencio, sólo se oyen sus pasos. El gesto
triste de su amiga la conmueve - ¿Pero tanto te preocupa lo que te escriba un desconocido?
– Espeta Verónica. Maribel la mira sonrojada.
-
Chica, no lo entiendes, para mí no es un
desconocido, es todo, es quien me envía canciones, el que me habla del mar y de
un futuro… salir de esta locura de pandemia, ver el mar, respirar, no tener
miedo.
-El miedo es anterior a la pandemia-. Aclara Verónica.
-Ya, pero ahora hay miedo hasta de ir a tomar café, de conversar
con amigos…-
- ¿de conocer gente? -. Pregunta Verónica un tanto irónica,
Maribel vuelve a sonrojarse. Pero algo distrae a Verónica, el crujido de las
hojas le recuerdan al sonido del fuego.
El fuego no tardó en calentar la paridera, los dos estaban en camiseta y fuera comenzó a tronar. Mario fruncía el ceño cada vez que miraba a “la mujer de Manu”, gesto que ella entendía como reprobación he intentaba cubrir su cuerpo con las manos.
-
¿Qué haces tan lejos del
pueblo? - Se atrevió a preguntar Mario
-
Bueno, caminar, me gusta
caminar.
-
Te peleaste con Manuel.
Silencio. Verónica se acercó al fuego
y Manuel pudo sentir su aroma y el roce de su pelo. Sintió una corriente por su
espalda y se alejó de un brinco.
-
¿Qué te pasa? Dijo la
mujer, sin darse cuenta. “Nada” respondió él. Pero ese “nada” también lo sintió
Verónica al acercarse al fuego. “Es mi imaginación”, pensó.
impaciente una respuesta, “No, no estás loca”, sentencio Maribel miró a la mujer sorprendida, se dio cuenta que
llevaba el pelo trenzado y en ese momento le pareció más pequeña que nunca.
-
¿Sigues con problemas con Manuel? Preguntó en
voz baja Maribel a su amiga que seguía mirando el paisaje.
- ¿Qué son “problemas”, Bel? - Respondió Verónica de manera distraída y continúo .- Ya no sé lo que es estar bien, simplemente me ignora y yo le ignoro … no te preocupes, estoy bien.
Maribel comenzó a confesarse con Vero: Verito, si busco estos líos es porque busco a alguien que me llame “princesa”, que me pregunte como estoy, que me haga sentir especial. Roberto me hace sentir una mierda cada día.
Verónica asintió en silencio y
pensó “yo sentí en la paridera”.
El olor
del humo y fuego envolvió la atmósfera. Mario colocó las ropas mojadas en un
tronco cercano y se sentó junto a Verónica. Ante su roce, la piel de la mujer
se erizó como hace años no sentía “¿Qué me pasa?” pensó y se alejó de manera
instintiva, como quien se leja del fuego. Mario la miró cambiando la mirada.
Ella en
impulso tomó su mano, en silencio, él pensó en moverla, pero también sintió esa
corriente, un pequeño placer al sentir esa piel suave y sin reflexión de por
medio, comenzó a acariciar esa mano con los dedos.
-
¿Tienes frío? - Le
preguntó a ella, sin esperar respuesta la rodeó con sus brazos.
Hoy me llamó subnormal. Interrumpió Maribel los pensamientos
de Verónica y continuó: Dice que estoy como una cabra y me comporto como una
cría. Por las mejillas de Maribel comenzaron a rodar lágrimas que secó con su
mano.
Verónica se acercó y acarició su cabeza. – No amiga, no eres
subnormal, ni loca y créeme que eres una mejer adulta… sólo que como todos
esperamos cariño, afecto…-. Maribel reinició la marcha en silencio, las
lágrimas seguían cayendo.
En la paridera Mario enredaba sus dedos
en los cabellos de Verónica casi sin darse cuenta. Verónica temblaba del placer
de la anticipación ¿Pero anticipación de qué? Rendida a sus sensaciones reposó
su cabeza en el hombro de Mario. El hombre sintió el peso de la cabeza de la
mujer, el olor a humo, el calor del fuego… el calor, un calor que iniciaba su
recorrido por la espalda.
Para Verónica la ternura que le
transmitía ese hombre, era la ternura que había desaparecido de su vida hace
años y no sólo la ternura. El calor comenzó recorrer su cuerpo como el humo en
la pequeña estancia. La lluvia, la tormenta simulaba un mundo paralelo que la
aljaba de la realidad que la esperaba en casa. Y en ese mondo paralelo estaba
recostada en el hombro de aquel hombre de hombros fuertes y manos firmes que la
sujetaban, fue entonces como llegó el instinto y con él el primer beso.
Mario se apartó sorprendido y
espantado, era ella, “la mujer de Manuel”, la que veía a diario limpiando el
portal de su casa. Verónica se levantó abochornada por ese rechazo tan rotundo
“Qué me pasa”, pensó ella y se quedó en un rincón temblando, no de frío, pero
sí de pavura.
El sendero se transformó en un amplio campo de flores, cuyo
aroma trajo a las dos mujeres a de vuelta a su caminata. El cielo brillaba azul
y el sonido del viento se llevaban sus voces que hablaban de cocina y fregados
de pueblo.
De pronto el teléfono de Maribel, da un pitido, el rostro de
la mujer se ilumina “Es un mensaje de Diego”, le dice a su amiga. Encandilada por
el aparato se detiene a responder en voz alta, Verónica no quiere oír la conversación
y se aleja, en el horizonte se ve un pequeño bosque y dentro de ese bosque ella
sabe está la paridera.
El hombre se quedó junto al fuego
con semblante agrio moviendo los leños que se quemaban lentamente. Intuía la
silueta de la mujer en un rincón y persivía en su cuerpo como aumentaba su excitación,
las ganas de besarla, de abrazarla y más. De pronto se levantó rápidamente y
quedó medio en frente de ella; Verónica no sabía que esperar ¿La reñiría? Pero no
fue así. El la besó con premura, ella se dejó llevar como una hoja por el
viento.
-
Lo que hacemos está mal-. Sentenció Mario
-
Lo es-. Dijo Verónica, pero volvió a besarlo mientras se quitaba la
camiseta. Él se alejó un poco y la observó aumentando su deseo, él respondió
también quitándose la camiseta quedando ambos con el torso desnudo. Y así
volvieron a abrazarse y siguieron besándose. Ella llegó a su cuello, el aroma
de su piel hizo que sus pechos se erizaran como no recordaba podían hacerlo,
aunque sentía el frío de la pared de esa paridera.
En un impulso cautivo, Mario poso
las chaquetas y jerséis que se secaban en el suelo a modo de cama, se arrodillo
frente a >Verónica y desabotonó su pantalón lentamente, sin dejar de mirarla
a la cara. Verónica veía en los ojos de aquel hombre un nuevo brillo,
desconocida hasta entonces.
Los dos desnudos se besaban y
acariciaban rincones innombrables, hasta que Verónica, decidida se posó sobre
él como un ave en su nido. Mario se resistió levemente, pero se rindió al
sentir como poco a poco entraba en su cuerpo… comenzó entonces un ritual de
amor y gemidos. Verónica sentía en su espalda una corriente de placer
incontrolable en cada galope.
-¡¡¡Es idiota!!!-. Gritó Maribel y Verónica volvió de su ensoñación
aún excitada, vió como Maribel lloraba desconsolada, Verónica se acercó y la
abrazó sin entender la razón de sus lágrimas.
- Diego dice que no puede seguir hablar conmigo, porque ha
conocido a alguien, ya no puedo ni siquiera tener fantasías, mi vida es una mierda
Vero, mi marido pasa de mi y si no me ignora es para insultarme, joder, que se
pasa todo el día tumbado en el sofá y se queja porque la casa está sucia, ¡Pero
si no llego a todo! Al encontrar estos “amigos virtuales” ellos me tratan bien…
-.
Verónica interrumpió el soliloquio - Bueno, no tan bien,
ahora estás llorando, hace un rato te quejabas de que uno no te escribe…-.
- Pero hablan conmigo, me dan una ilusión, una razón para
sonreir-. Respondió Maribel abochornada.
-Maribel, piensa en otras cosas para sonreír y si tu marido
te trata mal, déjalo, búscate a uno que te quiera de verdad, que eres cariñosa,
creativa, aun eres joven y él también -. Terminó de declamar Verónica mirando
al suelo.
- ¿Mario joven? - Preguntó Maribel, Verónica miró en
dirección al bosque.
-
Ha parado de llover-. Afirmó Verónica oyendo el
silencio.
- No, aún no para -. Respondió de manera
pícara Mario y se giró para besarla. Pero de repente se escuchó un coche
acercarse. Ambos saltaron bruscamente, Verónica aún sintiendo el orgasmo
girando por su cuerpo escondía su sujetador y sus bragas en el bolso colocándose
el resto de la ropa, al subir la mirada Mario ya estaba vestido y en la entrada
de la paridera.
Verónica escuchó claramente la voz de Manuel desde el coche
preguntándole a Mario qué hacía ahí. Mario le explicó el problema con el tractor
y la lluvia y el fuego. Al menos eso alcanzó a escuchar la mujer, mientras se desmarañaba
el pelo con los dedos. Entonces Mario se fue, se fue como la lluvia, dejándola
con su olor por su cuerpo.
- ¿Nos volvemos ya? -. Pregunta Maribel parando la marcha.
- Si, volvamos-.
Bajando por la cuesta se cruzaron con un tractor, dentro
está Mario que las saluda con un gesto.
- ¿Sabes que la semana pasada el idiota este pinchó una rueda del tractor?... que la gracia ha salido unas buenas “perras”. Exclama con cabreo Maribel.
-
Si, si…algo
me contó Manuel-. Responde con melancolía su amiga, mirando hacia la espalda de
su amante.
-